miércoles, 18 de mayo de 2011

Sam Dothras

El misterio, la duda y el miedo. Miles de expresiones que podemos ver en cada uno de los rostros con los que nos cruzamos en el día a día. Puedes intentar descifrar sus emociones contenidas, pero ¿y si pudieras saber que es lo que realmente se oculta en sus mentes?

Querían saber que era lo que podía hacer. Desde que era pequeña, encerrada en algún lugar rodeada de millones de miradas llenas de una curiosidad morbosa. Obligada a permanecer en un lugar oscuro, escuchando pensamientos de muerte y miedo. Eran, sin duda, otros presos como lo era yo ¿Los motivos de mi estado? Los ignoro, pero a todos era común el mismo miedo.

Cuando dejaron de lado los látigos y otras torturas, me llevaron a una celda de gran amplitud. Allí encontré a otros como yo. Sus miradas me llenaron de temor, quise gritar y esconderme, quise gritar y escaparme por aquel resquicio de luz que apenas llegaba por aquella minúscula ventana.
Ignoré lo que pasaba, hasta que desperté a la conciencia, en brazos de un hombre extraño que intentaba calmarme.

Lloré como hacia tiempo que no hacía, y libre por fin de aquella angustia, dormí tranquila. La compañía de un igual me tranquilizó, aún cuando me había olvidado del habla, con un apretón a su mano bastó para hacerle saber mi agradecimiento

Aquel hombre no tenía nombre, o al menos no lo quiso hacer saber. Sabía imponerse a los demás recluidos, incluyendome a mí. Gozaba de una entereza de la que sabíamos carecer, y también poseía varios tesoros: libros.
Pocas veces había visto uno, y en muchas ocasiones, como si fueran pedazos de una pesadilla, los había visto arder, utilizandose para dar vida al fuego. Él, en cambio, parecía comprender sus mensajes ocultos que se escapaban a mi entendimiento

No tardó apenas nada en captar mi interés por lo que allí se contaba. Tanto daba: en aquel pozo del olvido no importaba si aprendíamos o moríamos entre nosotros. Nuestra "función", por así decirlo, había quedado en segundo lugar. Tal vez condenandonos en aquel lugar evitaran represalias por nuestra muerte, quizás poco oportuna

Me enseñó a leer, y también a escribir. No serviría de nada, teniendo a la muerte tan cercana, habitando con nosotros en aquella celda. Pero era una luz de esperanza para todos nosotros. Al menos lo fue hasta que me tomaron en mitad de la noche para arrastrarme hasta una nueva celda, más fría y terrible que la anterior. No sabría decir cuanto tiempo me costó percatarme de que estaba en el exterior, y el frío que sentía era la brisa nocturna. Estaba en una carreta de celda.
Aunque me costaba creérmelo, estaba contemplando el cielo cubierto de noche y estrellas

No sabía a donde me llevaban, y a cada pregunta recibía un golpe en las rejas que me aterraba como si fuera un animal apaleado. No sabía tampoco cual era nuestra semejanza. Pasaron los días, y entonces llegamos a un gigantesco castillo. Nos acompañaban en mi viaje unos grandes señores que ni siquiera pararon su mirada en mí, y tampoco los señores de aquel castillo. Solo sé que volvieron a sacarme para encerrarme en una celda subterránea, junto con las ratas y una tenue luz. Me dormí, agotada ante tanto cambio. Aquello no podía ser bueno

Me despertaron los terribles pasos de un muchacho, que hacía muchísimo ruido queriendo pasar desapercibido. Y lo siguiente fue de interrogarme, atosigarme con extrañas preguntas. ¿Acaso no sabía él que hacia yo allí? Y lo más inquietante, comencé a contarle todo lo que me había pasado. Y casi sin dejarme terminar de hablar, desapareció. Ya había anochecido, pero el traía consigo una sorpresa

Las llaves de mi libertad

Taran Szae

Aquel palacio cristal todavía aparece en mis sueños. Inevitablemente, tengo que dejar escapar una sonrisa ¡Estrellas en el cielo, aquellos años brillaron con gran intensidad! Pero no todo dura para siempre. Linfancia de placeres y ciertas obligaciones no del todo cumplidas han marcado cierto caracter algo desenfrenado.

A pesar de eludir mis deberes, siempre me han apasionado los libros. Leer ávidamente para plasmar lo que en mi mente visualizaba. Me encantaba la aventura que era capaz de dibujar. La consecuencia de aquella afición, mis manos aparecían casi siempre manchadas de tinta. Pronto, se difundía el llamarme Taran Dedos de Tinta

Me gustaba aquel remoquete, y fantaseaba con ser un gran ilustrador, de aquellos que son reconocidos por tal labor. Increíble me resultaba que algo tan sencillo, y tan placentero a la vez, reportara semejantes beneficios. Beneficios como el reconocimiento que mis padres tanto se esforzaban en que yo consiguiera, aunque por otros métodos nada interesantes

Escapadas infinitas, dejé de llevar la cuenta hace tiempo. Los maestros ya me daban por imposible en ese mundo que es el conocimiento. Tal vez buscaran alguna habilidad innata que aún no había logrado sacar a la luz. Era realmente divertido ver como mantenían esperanzas vanas que yo no dejaba de alimentar. Y ardían en improrperios innombrables que mis carcajadas fácilmente lograban apagar

Las cosas cambiaron mucho con aquellos extraños invitados que llegaron a nuestra casa aquel invierno. Hacía frío, y yo alegaba enfermedad para quedarme en mi aposento recreando batallas perdidas y quizás nunca vividas. Traían un gran séquito y mucho escándalo con ellos, podía verlo desde la ventana. Por la actitud fría de mi buen padre... ¡no podía decir si se conocían o no! Su actitud era rígida en todo momento

Tanto daba, tal vez buscaran refugio en el camino a alguna corte más esclarecedora que la nuestra. La fiesta no entraba en los esquemas de este lugar, pero se hizo el esfuerzo. Lo más curioso fue, que entre ellos, se encontraba un preso. Ceñudo y al parecer malhumorado, me llamaba la atención ¡Apenas era un muchacho, y menor que yo! Me preguntaba cual sería su crimen. Y las respuestas a mis preguntas llegaron

La Iglesia había llegado con sus incuestionables juicios. Aquel muchacho había cometido afrentas contra la organización, y bastante grave, si damos por equivalente su enfado. Pero todo eso seguía sin cuadrar

No tardé en deslizarme hacia las mazmorras, donde habían encerrado provisionalmente a aquel prisionero. Arriba, la fiesta se desarrollaba con gran entusiasmo, algo nunca conocido en las paredes de nuestra casa. Al principio se resistía hablar, tal vez creyendo que iba a juzgarlo como los demás hacían. Pero aquel encierro lo consumía

Me contó cosas increíbles, y casi antes de creerlo posible, ya estaba fuera y siguiendome para huir ¿Una mala idea? Tal vez lo fuera, pero quise arriesgarme por algo que parecía merecer la pena

jueves, 12 de mayo de 2011

Ethras Fallen

Siempre nos sorprende la vida con extraños cambios y posibilidades que en ocasiones no acertamos ni a imaginar. Como puedo decir que me pasó a mí. Miro hacia atrás y quedo absorto con todo lo que llevo vivido sobre mis espaldas. Y todavía se sobrecoge más mi corazón cuando pienso en lo que está por llegar.

Esta historia, mi historia comienza en Ilmora, templo del saber y del conocimiento en la tierra. Realmente está bendecida, y tuve la fortuna de nacer en aquella zona bendecida. Concretamente, en Eustace.

Podría decirse que ya estaba marcado. Rodeado de libros y enigmas por resolver, siempre había una incógnita que quedaba sin respuesta. En escuchar estaba la clave para aprender, en el estudio la clave para entender. Quiero escudarme en la niñez y en la inexperiencia el no haberme dedicado desde mis inicios al estudio. No podía entender, comprender, la magnificencia de todo lo que nos rodeaba

Dedicado a los juegos, ignoraba el saber oculto que nos esperaba a todos en los templos del saber. Algo desenfrenado y travieso, quedaba gran tiempo recluido y castigado. Fue así como descubrí las matemáticas, y solo era el principio

Provisto de un fuerte carácter que todavía me marca, al conocer otros campos del saber los despreciaba como inútiles. Cuando al que me dedicaba quedaba obsoleto para mí, podía entonces comprender lo importante que eran los demás. Ensayo y error, así se manifestaba mi hambre de conocimiento.

Mis padres tomaron esta nueva noticia con algo de alegría y a la vez temor. Podría decirse que era el temor a perder a un hijo, que pronto volara para buscar las metas a buscar en la propia vida. Me aventuro demasiado, ya que ni siquiera ahora podría afirmar que así es. Y con el paso del tiempo y las inclemencias de los viajes, se perdió la oportunidad de hacerles la pregunta del porqué sentían temor. Aún así, pudieron dedicarse más de lleno a mi hermano, más tierno en edad y también en salud. No fue una desgracia cuando marché al Trivium

Nada que ver con lo que se tenía en mente, o quizás lo que algunos tenían como concepto de Scionis. La rivalidad era el modo de vida, y el compañerismo existía pocas veces, en el caso de que pudiera conseguirse algo. Pero a pesar de todo eso, existía un respeto casi reverencial entre todos. Ante todo, pertenecíamos al mismo mundo. En el futuro se vería quien permanecería con sus facultades intactas, presa o no de la locura o de un enemigo más fuerte.

Numerosas pruebas que nos dejaban agotados, desfallecíamos para caer en terribles sueños rememorando lo vivido. Angustia y temor, vivían los más dedicados

El camino a seguir me llevaría a cruzar gran parte del Imperio. Las vistas eran excelsas, y ojalá pudiera serlo también la compañía. Enfrentamientos siempre ocurren, y en algunos momentos se sale más malparados que en otros. Algunas cicatrices que recorren mi cuerpo son debidas a malos momentos y reencuentros con compañeros no tan añorados

Recuerdo una noche en la que me creía perdido en el bosque. La oscuridad era total, apenas podía ver nada. Pero sí escuchar. Pronto, comencé a escuchar pasos y otros sonidos. Mi corazón se inquietaba. Mis poderes estaban mermados, debido al cansancio y otros usos. Eso me llenaba de temor: me sentía inferior, indefenso ante aquello. Lo que parecía una multitud me rodeaba, y comenzaron a aparecer frente a mí. No podía verles los ojos.

Imágenes comenzaron a pasar por mi mente: recuerdos que me atosigaron durante la infancia. La soledad, la oscuridad. Y también durante mi juventud, mientras aprendía: la inferioridad, la incapacidad para seguir adelante, no poder avanzar

Actúe más por miedo que por otro impulso. Sin ningún plan, ningún tipo de estrategia. Según los conjuros llegaban a mi memoria, así los usaba de la mejor manera. A diestro y siniestro. Sin siquiera asegurarme de que acertara. Antes de desfallecer, comprobé de que aquellas sombras sin ojos se alejaban, dejándome tranquilo

La vergüenza me venció al despertar. Ya no quise que se repitiera aquella escena. Buscaba enfrentamientos para mejorar, necesitaba planificar, prever en un enfrentamiento como los que tuve. Mi tiempo de estudio aumentó a cada día, no podía fallar de nuevo como aquella vez. Y si dijera que avancé a fuerza de voluntad, mentiría como un bellaco

Muchas veces me venció el miedo y tuve que alejarme de él. Fui derrotado por rivales más fuertes, y no podía sino aprender de ellos. De mis errores y de su astucia

De ese modo, llegué casi sin dar cuenta de ello a Kanon. Me había retrasado mucho, fue entonces cuando me percaté. Había realizado muchas paradas, que no contaba con ellas, pero igualmente no podía arrepentirme de ello. Me había vuelto más sabio, pero podía mejorar de infinita manera. Del pasado apenas quedaban ya sombras y efímeros recuerdos, y cuando mirabas hacia atrás, quedaba un leve rastro de dolor

Había que continuar adelante, solo que no podía saber que dirigirán mi camino. Llamaron a mi puerta unos extraños hombres que apenas me dieron información de sus intenciones. Les seguí más por curiosidad que por otros motivos. De quererme mal, ya habrían dado rienda suelta a sus intenciones, y yo creía estar preparado

Pero lo que querían me dejó sorprendido. Su ofrecimiento, o más bien, anuncio, era mi reclutamiento en el Clan del Temple. No tenía intención de que pasara aquello, ni siquiera lo había considerado como una posibilidad, y mi silencio fue tomado como un consentimiento. Realmente, no tenía nada que decir. En mi fuero interno, quería estar allí. Conocer y saber, aprender y avanzar. La soledad impuesta era un camino doloroso, y parecía que llegaba por fin el cambio