jueves, 14 de febrero de 2013

5002


He vuelto a tener pesadillas esta noche. Sudor frío y lágrimas vivas cayendo por mi rostro. Comienza a ser rutina en las largas noches de insomnio. Y hace frío, como el primer día en el que llegué, y me hace recordar. Recordar el miedo, el leve temblor que tenía en mi interior, y amenazaba con ser creciente. Y a la vez, una esperanza
Aquel blanco de la nieve que caía que parecía ser atemporal, era como una hoja en blanco, sobre la que comenzar a escribir sin ningún lastre del pasado. Una nueva vida. Mis nuevos amigos así lo permitieron, a pesar de lo increíble de la situación. Como si lo estuvieran esperando, como si no tuvieran otro objetivo.
Habían entrado en un túnel, oscuro y profundo, en el que con apenas unos pasos, perdías la luz que daba a la salida. Me encontraron, y aguardaron en silencio hasta el momento en el que estuviera preparada para salir. Tomaron mis manos y continuaron caminando. Tropezando, aprendiendo, hasta encontrar de nuevo el camino que nos llevaría hacia la luz
Y resultó ser una luz que bañaba toda la ciudad, y se reflejaba en cada copo de nieve que veían nuestros ojos. Aquello era un descanso para el alma.
Cielos nublados, constantes lluvias, y el silencio del ático. Alejados del ruido urbano que en ocasiones nos gusta visitar. Tiempo para pensar, para malgastar, para comenzar la huida, la evasión de la realidad en libros y libros. Sin control, a través de un viaje del que ni siquiera sé el destino
La aventura de vivir, de salir adelante cargando con lo vivido
Estamos en octubre de 2005, Hannover, Alemania
Hace frío


Anoche caí en el sueño mientras pensaba y escribía. Palabras tan inconexas que confundía cuando hacía una cosa u otra. Pasa demasiado a menudo últimamente. A veces ellos me miran algo aturdidos. Después, me cuentan que no es otra cosa sino que hablo sola en voz alta. Odio ese gesto que comienza a convertirse en costumbre
Camino a lo largo de los ventanales de lo que es nuestro acogedor hogar. Es la luz, debe tener algo que hechiza. Me ayuda a pensar, y a olvidar aquellos números en rojo que simbolizan los numerosos mensajes sin contestar en el buzón de voz. El teléfono es aquella caja extraña que contiene voces que no quiero escuchar. Ahora no, ni me siento preparada para ello. Están ligadas a demasiados recuerdos y emociones, hiriendo muy profundo sin saberlo siquiera. Sangraba cada día un poco más.



Era como un rosetón plagado de vida. A cada segundo, se fragmentaba y caía a pedazos un nuevo toque de color. Al final, solo quedaría el esqueleto, sobre el que se vierten las lágrimas de toda una vida que se siente perdida. No pude imaginar todo lo que podía doler esa situación
Cuando ellos tomaron la decisión de quebrar la vida en familia creían saber lo que hacían, y nosotros también creíamos que lo sabían. Ninguno pudo llevarlo de buen grado, o cambiando radicalmente. Mis amigos y parte de mi vida se quedó allí, enterrado bajo un velo de pesadillas. No había vuelto a verlos desde que nos separamos. Las llamadas esporádicas son lo que consuela. Es como si volviera durante unos minutos al pasado. Pero hay otra vida que he creado aquí, y llegados a este punto, no creo poder abandonarla
Kay hace lo que puede conmigo. Me escucha sin interrumpir cada vez que necesita hablar, o incluso me repone los cuadernos cuando me quedo sin hojas para seguir escribiendo. Cuando se marcha, deja una leve caricia. Se ha convertido en una compañía imprescindible aquí en Hannover
Incluso en sus significativos silencios, llena de armonía la turbulencia que siento en mi interior. Como si fuera la fuente de una gran calma. Un equilibro, el necesario para mi alma. Nunca había conocido a nadie como él, y no podía permitirme perderlo. Lo necesitaba demasiado, aunque suene egoísta. A cambio, intento ayudarle también en lo que pueda. Es callado y reservado, poco se sabe de su vida que quiera compartir sin apenas esfuerzo. Pero no se escapa tampoco ese fuego frío que baña sus ojos y llena de tristeza su mirada. Es como un secreto a voces, como si pidiera ayuda en silencio. O tal vez lo haga sin que pueda darme cuenta de ello. Y aunque no pueda ayudarlo como bien quisiera, nunca niega un abrazo cuando se le pierde la mirada en el infinito, buscando respuestas.
Quiero creer que algún día encontraré respuestas a esa incógnita que es su pasado. Y resulta gracioso pensar que, al igual que el suyo, el mío resulta igual de enigmático

Me desperté tiritando esta mañana. Temblaba y sentía sobre mí el peso de los años que ni siquiera tenía. Había soñado de nuevo que caía. Para despertar de entre mis peores miedos que me atacaban en sueños necesitaba sumergirme en la misma esencia del terror: lanzandome al vacío o a las fauces de la bestia que me acecha sin descanso.
Mientras luchaba por salir de entre las frías sábanas, pude ver y captar la mirada preocupada de Kay desde la puerta. Rara vez entra en lo que insiste llamar mi dormitorio, pero sé muy bien que me observa al dormir. Hay veces en las que me es imposible  descansar, pero aún así, cierro los ojos como si lo consiguiera. Y es entonces cuando puedo escucharle abrir la puerta lentamente y observar. A veces incluso se le escapa un leve suspiro, como ha hecho esta mañana.
Me levanto y lo encuentro leyendo mientras desayuna, como si no pasara nada. Le robo el libro durante unos segundos y me siento frente a él
- Sé lo que estás haciendo – digo mientras me cruzo de brazos y apoyo los pies en la propia silla -y creo que deberías dejar de disimular, ya no tengo trece años
- Como si los tuvieras – dice mientras oculta su sonrisa detrás de su taza
- Bien, pues pronto eso se acaba – le comento como algo casual – ya que habeis decidido cortar por lo sano, ¿verdad? Pronto la habitación estará vacía, y yo muy lejos de aquí
Lejos, muy lejos de conseguir otra  respuesta mordaz, lo que obtengo es una mirada triste, de esas que se le pierden en el infinito durante unos segundos. Se levanta, dando por concluidos el desayuno y también la conversación. Se queda mirando por el ventanal, olvidando incluso el libro que le he quitado.
Lo único bueno que se me ocurre es abrazarle desde atrás y hundir la cara en su jersey. ¿Su respuesta? La habitual, pero igualmente cálida: tomar mis manos entre la suya con una caricia.
- Ojalá no tuviera que hacerlo – susurro, contagiada por esa tristeza suya. Cierro los ojos, conteniendo las lágrimas en su lugar, no es el momento
- Ellos lo necesitan, y tú también… – esa es su respuesta, y es lo único válido, aunque me cueste admitirlo
Volvía a casa, después de cinco largos años en los que muchos asuntos quedaban congelados por el miedo y el dolor. Era hora de hacerles frente, o al menos eso decían todos. Lo único que quiero es quedarme en ese abrazo para siempre

Sería bueno remontar al pasado para recordar todo lo ocurrido. Lo único bueno que tendría, sería que no me pillaría por sorpresa toda aquella sobrecarga de emociones. Si abres y exploras la herida, rara vez puedes encontrar alguna esquirla.
Tendría que retroceder cinco años, quizás seis para poder entender. Mis hermanos, mi universo. Mis padres, los guardianes del mismo, pero no sabían del valor del tesoro que guardaban. Supongo que todos cometemos errores alguna vez, lo único que puede variar, son los daños colaterales
En el año 2005, que es donde comienza lo terrible, llega el divorcio de mis padres. Así, espontáneo y por sorpresa. Nadie lo había visto venir. Sabíamos de lo frecuente de las discusiones, pero no podíamos imaginar lo profundo de aquella brecha que se había abierto. Todos nos quedamos en pausa. Yo no quería escuchar, correr y golpear todo lo que encontrara. Tal era la rabia. Mis hermanos me obligaban a escuchar mientras se guardaban las lágrimas, creyendo ser más fuertes así.
Todo estaba en mis sueños. Lo había visto llegar, sí, he mentido, pero era demasiado horrible para aceptarlo. Todo era un sueño, mi vida era un sueño maravilloso protegido por mentiras. Todo era una mentira, ramificada y explotada hasta el límite. Simplemente, un día, estalló para abrirnos a la realidad.
Mamá huyó de casa, asustada y sintiendose culpable por todo lo que estaba pasando. Raquel, mi hermana mayor, escapó a los brazos del que en aquel momento se convirtió en su salvador, y en un futuro, su marido. Rubén, el mayor de los tres, también escapó. Se encerró en sí mismo y dejó de existir para el mundo. Apenas salía a la luz si no era para dejar escapar miradas acusatorias a todo el que pasaba a su lado. Ya de por sí poco comunicativo, dejó de hablar, de expresarse. La tormenta que se libraba en su interior, no pudo escapar. Papá se limitó a encogerse de hombros y a seguir hacia delante, ciego, sordo y desocupado de los que estabamos bajo su cuidado
En aquellos instantes, yo parecía ser la única que estaba en esa situación. Los demás, habían encontrado otros métodos de huir de aquello. Estaba sola, y cargaba contra todo aquel que intentara acercarse. La oscuridad dejó de darme miedo, era en el único lugar donde quería estar, pero no lloraba. Simplemente, miraba el vacío, y contemplaba como aquel reflejo del espejo que debía ser mío se transformaba en un autómata. Era un ente en cuyos ojos no brillaba la esperanza, había perdido la voluntad de vivir. Palidez, ojeras, ojos hundidos. Aquella no era yo, no podía ser yo.
Dejé de contar el tiempo que pasaba, y ni siquiera me sorprendió cuando entraron en mi dormitorio recogiendo todo lo que era mío. Nos iríamos de viaje, o quizás ahorraban trabajo cuando finalmente yo dejara de respirar. El humor negro se había apoderado de mí, para disgusto de muchos
A pesar de querer cerrar los ojos y abrirlos en un lugar totalmente distinto, no quería abandonar mi casa. Como un ancla firmemente asida a mi pecho, y tiraran de mi alma. Allí estaban mis raíces… pero, ¿qué quedaba de ellas?
El pasado familiar se limitaba a ser una fotografía gastada y hecha añicos, aunque todavía conservo muchas de ellas
Me llevaron hasta un avión, escuchando el destino sin mucha atención. Allí me esperaba mi futuro. Viejos amigos que me acogieron en su casa. El frío y la distancia eran patentes, y a cada sorbo de aire se me escapaba el alma. Necesitaba caminar para no caer desmayada. A cada pieza que me faltaba de mi propia alma, la suplía con el frío invernal. Estaba sola, a pesar de aquellos desconocidos que me acogían, pero sus abrazos estaban llenos de calidez. Y los silencios, lejos de desesperar, proporcionaban calma

La noche en la que llegamos al ático Kay, que me llevaba en brazos, me dejó sobre la cama. Allí dormiría casi dos días, agotada por el jetlag, el cansancio del viaje y la profunda tristeza que llevaba dentro. Pasé algunos días en silencio, mientras me observaban.
Kay, junto con Fred. Frederick es un gran tipo, y el mejor amigo de Kay. Quiso acompañarnos en los primeros momentos, para habituarnos en la mutua compañía. Los primeros días fueron muy extraños. Fred habla incluso menos que Kay, pero ríe más que él. También hizo el esfuerzo por quebrar el silencio incómodo. Me ayudó mucho a vencer las primeras barreras en mi nuevo hogar: se convirtió en mi profesor de alemán. Con algunas intervenciones de Kay, pronto pude desenvolverme hablando. El resto de los obstáculos fueron cayendo
El instituto sí que fue una prueba. Las miradas pesaban mucho, y las preguntas insidiosas todavía más. No buscaba hacer amigos, todavía no, y tampoco la atención. Pero ser nueva en un centro escolar es la peor forma de hacerlo. Así me gané la fama de huraña, con algunos momentos de simpatía. Mis momentos como tal podían ser cualquiera, pero sin multitudes a mi alrededor. El lado bueno era conseguir momentos ilimitados para dibujar o escribir en los cuadernos. Me gustaban mis cuadernos, contenían historias que siempre quise dejar existir, pero el pánico a que fueran descubiertas no me permitía llevarlas a cabo
La intimidad que Kay me dejaba era lo suficientemente agradable como para poder escribir en libertad, incluso podía dejar a la vista mis cuadernos sin que tuviera que preocuparme de que alguien pudiera leerlos. Aquello era una auténtica paz, la que mi corazón necesitaba para volver a la tranquilidad de mis turbulentas emociones
Ahora todo eso se acaba, y nuestra quietud en casa se rompe ante el caos del empaque y montones de maletas para mi regreso a mi país natal. Kay hacía más que yo, animándome a continuar y sacandome alguna sonrisa para olvidar de lo desastroso que podía ser. Al segundo día ya todo quedaba listo para mi viaje. Los libros no me satisfacían, las películas parecían insulsas, y las conversaciones… era incapaz de mantenerlas.
Antes de que me diera cuenta ya tenía un cigarrillo entre mis dedos, casi de forma compulsiva. Únicamente, me exponía al frío nocturno, mirando las calles en su latido de vida. Él venía, y con algún que otro suspiro, se acercaba desde atrás a abrazarme. Casi podía sentir su sonrisa cuando notaba mi temblor. Tenía que irme sola a esperar las nuevas abatidas de un pasado todavía no asentado, todavían no en calma. Pensé en lo mucho que lo extrañaría, y me revolvía buscando refugiarme más en su pecho
Lentamente, acabé girandome hacia él, sin despegarme un solo instante. Respiraciones entrecortadas que guardaban mi llanto, los latidos de su corazón acelerados. Estabamos perdidos en un rincón del mundo, casi inexistentes. ¿Quién podría recordar esa escena salvo nosotros mismos? No sabíamos que hacer, solo buscarnos el uno al otro. Él rodeó sus caderas con mis piernas, y me llevó al interior. Dormimos juntos aquella noche, abrazados, sin nada que decir salvo sentir nuestro calor mutuo. Había sensaciones confusas, pero no discordes con aquella noche
Todo estaba permitido, pero decidimos callar, aguardar

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